sábado, 2 de abril de 2011

¿vista de búho?

Casi como si quisieran delatar su silenciosa presencia, los dos grandes cristales oculares de un eficiente cazador, el búho chico (Asio otus), destacan notablemente entre lo más oscuro y frondoso de un espeso manchón de bosque mediterráneo. Dos ojos preciosos que entendemos que dotan de una visión perfecta a un cazador preparado para sobrevivir en lo más oscuro de la noche. No obstante, recientemente se ha podido comprobar, a pesar del tesón que nos caracteriza y que tantas veces nos lleva a casi inventar motivos que nos hagan deleitarnos con algunas cualidades, unas ciertas y otras no tanto, de algunos de nuestros representantes del gran reino animal, que las rapaces nocturnas no ven tan bien en la oscuridad como anteriormente se había querido pensar. Siempre se había dicho que cualquier estrigiforme tiene tal sensibilidad a la luz que es capaz de ver en una oscuridad casi completa. En general, hasta que se comprobó lo contrario, siempre suponíamos que las lechuzas y los búhos tenían unos ojos hasta 100 veces más sensibles a la luz que los del ser humano con más vitamina A. Sin embargo, no hace mucho que se descubrió, a través de las pruebas que suelen hacer los científicos para poder apoyar sus teorías, que esta hipótesis podía más bien ser un tanto exagerada. A través de estas pruebas, fiándose de ellas incluso más que del análisis de la proporción de conos y bastones presentes en los ojos de estas aves, se ha descubierto que las lechuzas son sólo 2 veces más sensibles a la luz que nosotros, y en el más exagerado de los casos, quizá hasta 10. Entonces… ¿cómo consiguen estas aves eminentemente nocturnas cazar en oscuridad total animales tan esquivos como pueden ser por ejemplo los ratones de campo, que conocen perfectamente su territorio y que siempre van a tener miles de sitios donde esconderse, sin terminar, en el mejor de los casos, con más hambre que la que ya tenían y sin consumir en su caza más energía que la que se necesita para llevar a cabo la captura de dichas presas? En las pruebas que os contaba se introdujo a una lechuza blanca (Tyto alba) sana en una gran habitación en total oscuridad, en lo alto de un posadero, y se le observó con una débil luz infrarroja, una luz que al igual que nosotros no pueden ver estas aves, y con unas cámaras especiales que sí pueden captar esta luz. Se le soltó un ratón, que corría y corría por el suelo desnudo, pero la lechuza jamás atacaba. Así podía estar horas y horas, pero nunca llegaba a atacar, porque a la lechuza le era imposible ver u oír a su presa, y por tanto ni siquiera se percataba de su presencia. Posteriormente se cubrió el suelo de hojas secas, se apagó de nuevo la luz, y se volvió a soltar al ratón. En cuanto el pequeño roedor comenzó a moverse, empezó a producir en esas hojas un ruido minúsculo, el más sutil de los crujidos, justo lo único que necesitaba nuestro cazador para localizar a su presa. Casi sin pensarlo la lechuza se desplomó con las alas cerradas del posadero donde descansaba, abriéndolas para frenar la caída justo antes de tocar el suelo, tal como lo haría un paracaidista, en oscuridad total, calculando la distancia que le quedaba para llegar al suelo sola y únicamente con la ayuda del sonido que producía el ratón al moverse. Pero las garras no caen sobre el ratón. ¿Ha fallado? No, todavía hay que afinar la localización. Justo en el momento en que la lechuza tocó el suelo, el ratón, de un gran salto, empezó a correr, produciendo mucho más ruido. Con una precisión y una rapidez que ya quisieran para sí el más perfecto de los galgos, en menos de 2 segundos, y guiándose sólo por el sonido, la lechuza ya había atrapado al ratón. Así varias veces, con varias lechuzas. De esta forma se ha podido comprobar que el oído de las rapaces nocturnas es uno de los más perfectos del mundo. De hecho, podemos afirmar que toda su cara es como una gran oreja. Esa forma tan peculiar que suele tener la cara de casi todas las rapaces nocturnas no es otra cosa que una gran parábola que concentra todos los sonidos, hasta el más mínimo de los rumores, en los oídos internos de estos perfeccionados rastreadores de sombras. Todo esto, unido a su asimetría auricular, o dicho de otra manera, el hecho de que estos animales tengan un oído interno más alto que el otro, es lo que les permite localizar el origen de cualquier mínimo sonido que pueda producir la presa más silenciosa incluso en la más negra de las sombras de la noche.

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